Historia de Roma

La legión romana durante la República

Las legiones son quizás el elemento más conocido del mundo romano, y a las que se les ha prestado una mayor atención por parte de los investigadores. Al fin y al cabo, fue el ejército lo que permitió que Roma se convirtiera en dueña del Mediterráneo, una Roma que a lo largo de su historia prácticamente no tuvo ni un momento de paz. Las puertas del templo de Jano, que permanecían abiertas en tiempos de guerra, solo se cerraron en cuatro ocasiones -si atendemos a los datos que nos entregan las fuentes-, y en total no llegan a sumar más de un año.

El tema de las legiones es atractivo para quien gusta de estos temas, pero pocas veces se tiene en cuenta –me refiero a la historia divulgativa- que la legión romana como institución sufrió una constante evolución a lo largo de los mil años de historia del Imperio romano. Es absurdo creer que de principio a fin el ejército mantuviera las mismas estructuras, y con ello no solo me estoy refiriendo al armamento o la táctica de esta, sino a su composición, reglamentación, funcionamiento, dirección y reclutamiento. De igual forma, debemos tener en cuenta que el ejército romano no puede ser estudiado aisladamente como muchas veces se pretende. Éste es parte de la propia coyuntura de la comunidad romana.

En las siguientes páginas solo pretendo trazar una breve descripción evolutiva de ese ejército, desde el origen hasta el final de la República –y que será ampliando en una nueva entrada hasta el final del Imperio-, sin entrar en muchos detalles como el armamento, la forma de lucha o su jerarquización.

 

El ejército gentilicio

Poco conocemos de los orígenes de Roma, como para además saber fidedignamente sobre la composición del primer ejército romano. Una pequeña comunidad a orillas del Tiber, compuestas por una serie de gentes con unas instituciones comunes, que se articulaban en tres tribus –Ramnes, Tities y Luceres- y cada una en diez curias, que eran la base del reclutamiento. Cada curia debía aportar cien soldados de infantería y diez de caballería, estos últimos pertenecientes al patriciado, tal y como nos explican distintos autores (Varrón, L.L. V.98; Dion de H. II, 16) como Plutarco, en la vida de Rómulo XIII: Fundada la ciudad, lo primero que hizo fue distribuir la gente útil para las armas en cuerpos militares: cada cuerpo era de tres mil hombres de a pie y trescientos de a caballo, el cual se llamó legión, porque para él se elegían de entre todos los más belicosos.

La forma en la que se expresa Plutarco parece indicar la existencia, no solo de un ejército de 3.000 hombres, sino de distintas unidades. En todo caso, la cifra de una leva de 3.000 soldados no debe ser entendida a rajatabla, pues el número de soldados variaría conforme se tuviera necesidades militares, al igual que ocurrirá a lo largo de la República. De cualquier manera, el término legio, en un primer momento, venía a ser sinónima de ejército, y será más adelante cuando identifique a cada uno de los cuerpos en que se dividía. El término parece venir de la palabra lego –elegir- según indica Vegecio (II, 1) o de legere de acuerdo a Varrón (LL. V 16)

Sea como fuere, este primer ejército tenía como cuerpo principal la caballería, compuesta por los principales representantes de cada gens, o incluso un cuerpo de infantería mínimamente equipado para ser eficaz. Quizás este cuerpo de infantería estuviera compuesto por aquellos a los que Livio llama celeres: «El pueblo quería más a Rómulo que el Senado, pero más que todos le adoraban los soldados. Había elegido trescientos, a los que llamaba celeres, para la guarda de su persona, y los conservó constantemente, tanto en la guerra como en la paz» (Livio, 5, 7-8). De todas formas, desconocemos si se trataba de infantería, o era un cuerpo también de caballería. Lo que sí es seguro es que la gran parte del ejército de a pie era una masa de hombres, que ayudaban a la élite, y que apenas iría armada, o cada uno lo haría de acuerdo a sus posibilidades.

No es una organización que nos extrañe. Al igual que sucedía al inicio del arcaísmo griego –y antes de que se produjera la reforma hoplítica- los enfrentamientos bélicos eran reservados básicamente a la élite, en donde aún se mantenía el ideal de la épica, en la que el héroe lucha cuerpo a cuerpo con un igual.

 

La reforma hoplítica

Los acontecimientos, que hicieron que Roma ampliara su territorio –sobre todo durante la república arcaica-, tuvieron que conllevar un continuado aumento del ejército, en especial en los momentos en que hubo dos o más frentes abiertos, y había que dividir las fuerzas. Y este aumento no solo puede ser entendido como cuantitativo, sino también cualitativo. Dicho de otra forma, que los soldados tuvieran capacidad para costearse un armamento mejor.

Poco a poco fue surgiendo un mayor grupo de ciudadanos propietarios, que debemos enlazarlo con los propios acontecimientos políticos: la lucha patricio-plebeya. Este nuevo cuerpo de ciudadanos conformó una infantería que superó a la caballería y que se convirtió en el cuerpo principal. En este sentido, se entiende la división social que realiza Servio Tulio, de la que nos habla Dionisio de Halicarnaso (II, 16) y Livio (I, 42-43). Dejo a este último que nos cuente como fue esta división censitaria: «Formaban la primera clase aquellos que poseían un censo de cien mil ases o mayor: dividíase ésta en ochenta centurias, cuarenta de jóvenes (iuniores -17 a 40 años) y cuarenta de hombres maduros (seniores, más de 40); éstos quedaban encargados de la custodia de la ciudad y aquéllos de hacer la guerra en el exterior. Dióseles por armas defensivas casco, escudo, botines y coraza, todo de cobre, y por armas ofensivas, lanza y espada. A esta primera clase añadió dos centurias de obreros, que servían sin llevar armas y cuyo trabajo consistía en preparar las máquinas de guerra. A la segunda clase pertenecían aquéllos cuyo censo era inferior a cien mil ases hasta setenta y cinco mil, componiéndose de veinte centurias de ciudadanos jóvenes y viejos. Las armas eran iguales a los de la primera clase, pero el escudo más largo y no llevaban coraza. Para la tercera clase se exigía un censo de cincuenta mil ases: el número de centurias, la división de edades, exceptuando los botines, eran los mismos que en la segunda. El censo de la cuarta clase era de veinticinco mil ases, y el número de centurias igual al de la anterior; pero las armas eran diferentes, consistiendo en lanza y dardo. La quinta clase era más numerosa, componiéndose de treinta centurias: estaba armada con hondas y piedras, y comprendía los accensi, los que tocaban los cuernos y bocinas, divididos en tres centurias. El censo de esta clase era de once mil ases, y el resto de la gente pobre, cuyo censo no alcanzaba a tanto, quedó reunido en una sola centuria, exenta del servicio militar. Después de organizar y equipar así la infantería, formó doce centurias de caballería entre los principales de la ciudad: de las tres que organizó Rómulo, formo seis, dejándoles los nombres que habían recibido cuando fueron organizadas…»

Esta división social ni estuvo realizada por Servio Tulio –conllevaría una reforma hoplítica antes que en la propia Grecia- ni pudo realizarse de la noche a la mañana. De la manera en que la conocemos en época clásica –que es la forma en que los dos autores nos la presentan- debió aparecer hacia la época decenviral –más o menos hacia el siglo V- como consecuencia de un largo proceso. La superación de ese ejercito gentilicio suponía que ahora éste estaba compuesto por ciudadanos libres y con derechos similares –no debemos perder nunca de vista la evolución política- que luchaban para defender a su propia civitas.

En cualquier caso, debemos de olvidarnos de unas legiones uniformadas. Si cada uno se costeaba su armamento, éste, aunque parecido, era diverso. Y de igual manera, el ejército no fue, hasta época de Mario, un ejército profesional.

Mientras Roma no salió de Italia, las maniobras militares comenzaban al inicio de la primavera, y acababan al final del verano, así que el magistrado de turno realizaba la leva o dilectus de ciudadanos adsidui –aquellos que podían ser reclutados- cada año, quienes abandonaban sus tareas cotidianas del campo, para volver a ellas, unos cuantos meses después, cuando las legiones eran disueltas. Dicho de otra manera, no existía un ejército permanente.

¿Cuántas legiones se reclutaban anualmente? Se ha dicho que el número de legiones aumentaron de dos a cuatro cuando se inició la República, dando a cada uno de los dos cónsules dos legiones (Livio VII, 8; Polivio VI, 20), a lo que luego se añadiría cada una de las legiones que se asignaban a los pretores. Y en cuanto al número de soldados reclutados, debemos de suponer que cada centuria aportaba cien hombres, algo que sería así en origen, pero su número fue aumentando conforme pasara el tiempo, siendo el Senado quien decidía el número de legiones y de soldados que cada uno de los magistrados podía reclutar anualmente. Así, durante la segunda Guerra Púnica, y concretamente en el año 211 a.C. hubo hasta veintisiete legiones según Le Bohec. Y el número de legiones y de hombres movilizados no disminuyó en los años siguientes, pues sendas guerras –en Macedonia, Iliria, Grecia, la Galia Cisalpina y la Península Ibérica- hizo que entre ocho y diez legiones estuvieran movilizadas. Y varios autores nos dicen que en momentos de gran necesidad, incluso los proletarii, que en teoría estaba exentos de prestar servicio, fueron reclutados (Livio I 43; Gelio X 28; XVI 10, 11).

¿Y la organización táctica? La introducción de la legión hoplita supuso dejar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, para integrarse en una formación conocida como falange –y que era la formación griega típica-, en la que cada individuo debía mantenerse en una posición concreta dentro del grupo, defendiendo con su escudo al compañero que se encontraba en la parte derecha. En origen, la táctica sería una única fila de hombres, surgiendo más adelante un mayor número de filas, y ordenándose en cuerpos que tomaron el nombre también de centurias -que fueron cambiando de número según cada periodo de la historia romana-. Dentro de esa evolución se encuentra la reforma táctica que realizó M. Furio Camilo, en su dictadura del 396 a.C. durante la cual se enfrentó con la ciudad etrusca de Veii (Varrón, LL, 89, Pol, VI.21). La legión quedaba dividida en cuatro tipos de soldados: los hastati que se ponían en primera línea, y los príncipes, en la segunda de combate, siendo los primeros más jóvenes que los segundos. La tercera línea era formada por los triarii, de mayor edad, y con mucha más experiencia. Un cuarto grupo eran los velites, que era una infantería ligera para exploración y escaramuzas. A estos se le suman los jinetes, que en general dejaron de tener importancia en el grueso del ejército romano, siendo utilizados cuerpos de jinetes provenientes de otras ciudades itálicas las cuales dominaba Roma, y que conformaban cuerpos auxiliares.

 

La legión manipular

Hacia finales del siglo IV a.C., se introdujo el manipulo en la legión, el cual estaba formada cada uno por dos centurias. El manipulo se convirtió en la principal unidad táctica, y suponía una invención romana, frente a la influencia de la falange griega. De esta manera, se dejaba a un lado la táctica de falange helénica, de tal forma que, en vez de amplias filas de legionarios, ahora centurias y manípulos se podían organizar de acurdo a las circunstancias de la batalla y del terreno, siendo más flexible que la falange. La guerra contra Pirro (280-275) puso de manifiesto la mayor capacidad de la legión romana para adaptarse a un territorio montañoso, frente a la típica falange griega, demasiado rígida, quedando desecha cuando no existía una llanura en donde poder desplegarse y avanzar con comodidad.

Dejemos que de nuevo sea Tito Livio quien nos explique el funcionamiento del ejército manipular: «Los romanos se servían antes de los escudos; y después del establecimiento del sueldo, la rodela reemplazo al escudo; antes también se formaban en falanges como los macedonios; después formaron sus tropas por manípulos, dividiéndoselos en varias compañías (ordines), cada una con sesenta soldados, dos centuriones y un vexiliario. Dispuestos en batalla, ocupaban la primera fila los hastati, formando quince manípulos, separados entre sí por corto intervalo; el manípulo tenía veinte hombres de tropas ligeras y el resto armado con rodelas; los ligeros sólo llevaban lanza y dardo. Esta línea de batalla la formaba la flor de la juventud más aguerrida. Después venían los hombres de edad más robusta, divididos en igual número de manípulos, llamados príncipes, llevando todos escudo largo y distinguiéndose por la belleza de sus armas. Estos treinta manípulos los formaba un solo cuerpo y se llamaban antepilani porque bajo las enseñas formaban delante de los otros quince cuerpos. Cada cuerpo de éstos estaba dividido en tres partes, llamándose cada una de ellas primipila; tenía tres banderas y cada una de ellas reunía cientos ochenta y seis hombres. Bajo la primera bandera marchaban los triarii, veteranos de valor probado; bajo la segunda los rorarii, de menos edad y cuyas hazañas no eran tan numerosas, y bajo la tercera, los accensi, cuerpo que inspiraba poca confianza, por cuya razón se dejaba en las últimas filas. Formado el ejército en este orden, los hastati iniciaban el combate; si éstos no podían desordenar al enemigo, retirábanse paso a paso en medio de los hastati que se abrían para recibirlos; entonces hacían frente los príncipes, y seguían los hastati; los triarii quedaban inmóviles bajo sus banderas, doblada la pierna izquierda, apoyado el escudo en el hombro, fija en el suelo la lanza, con la punta hacia arriba, y en esta posición presentándose como ejército resguardado por una empalizada. Si los príncipes no triunfaban tampoco en el ataque, retrocedían de frente poco a poco hacia los triarii, y de ahí el conocido proverbio: esto toca a los triarii, que se dicen en los grandes peligros. Levántanse entonces los triarii, abren sus filas para recibir a los príncipes y a los hastatis y las cierran enseguida como para cortar el paso, y formando de esta manera una sola masa y compacta, que constituía la última esperanza, caían sobre el enemigo; este momento era terriblemente para él, porque cuando creía no tener más enemigos que perseguir, veían surgir de pronto un ejército nuevo y considerablemente aumentado. Casi siempre se levantaban cuatro legiones de cinco mil infantes y trescientos jinetes cada una. Añadiéndose al igual número de tropas suministradas por los latinos» (Livio VIII, 8)

 

Las legiones y las Guerras Púnicas

Las Guerras Púnicas conllevaron nuevas modificaciones, y de hecho la descripción que hace Livio, y que acabamos de ver, se refiere en parte al periodo de las Guerras Púnicas. Será en esta época cuando el cuerpo principal de la legión lleve armadura completa: casco, escudo, espada y dos lanzas, una ligera y otra pesado, a excepción de los triarii que solo llevaban una lanza. Los velites no llevaban armadura, y llevaban escudos menos pesados, siendo el venablo su principal arma. La legión quedó dividida en sesenta centurias de unos setentas hombres cada una, y estas agrupadas en manípulos de dos centurias como antes se ha dicho. Y de hecho, esta es la imagen que todos tenemos de la legión. En este momento, una legión tendría unos 4.000 hombres de infantería y 600 de caballería.

Las Guerras Púnicas supusieron también un cambio en la longitud de las campañas. Los romanos estaban acostumbrados a realizar una guerra estacional, en la manera en que ya se ha comentado. Resultaba así fácil a los ciudadanos combinar su trabajo en los campos con el servicio militar. Pero la Primera Guerra Púnica supuso la adquisición de dos provincias –Sicilia y Cerdeña- fuera de Italia, y ello conllevaba un mayor tiempo para transportar las legiones. Y en los años siguientes, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Púnica, la adquisición de nuevos territorios hará que las campañas duren años, lo que fue empobreciendo al campesinado, que no podía atender sus propiedades. Es por ello que ya durante las Guerras Púnicas -ya hemos visto la mención del sueldo por Livio- se estableciera el stipendium, una paga a los soldados que trataba de compensar estas pérdidas, pero que ni fue habitual, ni tampoco compensaba las perdidas, según nos dice Polibio.

En estos años se hizo indispensable echar mano de los socii -de los aliados itálicos que tenían la obligación de aportar tropas-, los cuales no quedaban integrados en la legión, sino que actuaban como un cuerpo auxiliar que recibía el nombre de alae sociorum. De gran importancia fue la alae equitum que venía a suplantar a una caballería romana anticuada, que no había sufrido prácticamente una evolución. Así, cada cuerpo de caballería o alae se conformó por diez turmae, cada una de las cuales estaba compuestas por soldados de una nacionalidad distinta. Cada turma tenía treinta jinetes, y a su mando estaban tres decuriones, siendo el más antiguo el comandante de la unidad.

También como tropas auxiliares fueron, más adelante, reclutadas pueblos extraitálicos, con el nombre genérico de auxilia, y que se convirtieron en tropas que habitualmente se reclutaban en las provincias cuando las necesidades allí lo requerían. Fueron fundamentales durante la Guerra de los Socii, ante la agravante necesidad de reforzar las legiones ante lo que era prácticamente una guerra civil dentro de casa.

En cuanto a la forma de reclutar las legiones, ese aporte de cien hombres por cada centuria, como ya he dicho, pronto dejo de ser utilizado. Así, Polibio nos habla de un sistema de reclutamiento –que aunque en base al sistema censitario- es mucho más complejo: «Después que eligen cónsules, los romanos pasan a crear tribunos militares. Se nombran catorce de los que ya han servido cinco años, y diez de los que ya han militado diez. Todo ciudadano, hasta la edad de cuarenta y seis años, tiene por obligación que llevar las armas, o diez años en la caballería o dieciséis en la infantería. Solo se exceptúan aquellos cuyo haber no llega a cuatrocientos dracmas, que éstos los destinan a la marina». «Cuando los cónsules tienen que efectuar levas de soldados, cosa que se practica todos los años, anuncian primero al pueblo el día en que se deberán reunir todos los que puedan llevar las armas… Una vez completo el número necesario (que a veces es de cuatro mil doscientos infantes para cada legión, y a veces de cinco mil, si amenaza mayor peligro), se pasa a la caballería… Finalizada la leva del modo manifestado, los tribunos congregan cada uno su legión, escogen uno entre todos, el más idóneo, y le toman juramento de que obedecerá y ejecutará en lo posible las órdenes de los jefes. Los demás van pasando uno por uno y prestan el mismo juramento. Al mismo tiempo los cónsules despachan a los magistrados de las ciudades aliadas de Italia, de donde quieren sacar socorro, para hacerles saber el número, día y lugar donde han de concurrir las tropas elegidas. Las ciudades, efectuada la leva y juramento de la topas de igual modo que hemos dicho, nombran un jefe y un cuestor y las envían. En Roma los tribunos, después de tomado el juramento a los soldados, señalan a cada legión día y lugar donde han de presentase sin armas y les dan su licencia. Reunidos estos el día señalado, se escoge de los más jóvenes y más pobres para los que se llaman velites, de los que siguen para hastati, de los que están en el vigor de su edad para príncipes y de los más ancianos para triarii. Así es que entre los romanos hay cuatro clases de gentes en cada legión, diferentes en nombre, edad y armas. La repartición se hace este modo: seiscientos los más ancianos para triarii, mil doscientos para príncipes, otros tantos para hastti, y el resto, que se compone de los más niños, para velites… De cada una de estas clases de soldados, menos de las de los velites, se sacan diez capitanes, con respecto al valor. Después de estos se escogen otros diez, y todos se llaman centuriones… El total de aliados de infantería es igual por lo común a las legiones romanas; pero el de caballería es dos veces mayor…» (polibio VI, 8-9)

 

El mando del ejército republicano hasta Mario

En cuanto al mando del ejército, este estaba dirigido durante la república por los mismos magistrados que ostentaba la potestas. Cónsules y pretores poseían imperium, el poder militar, siendo los primeros los comandantes en jefe del ejército durante su año de mandato, compartiendo ambos cónsules el mando –y la posible discordia- en el caso de que los ejércitos de los dos cónsules maniobraran unidos. Por ello no era de extrañar que, ante gran riesgo, se acabara por nombrar un dictator al que se le otorgaba el poder absoluto por seis meses, y por tanto la jefatura de todo el ejército.

Claramente, ni el ejército estaba profesionalizado, pues su principal dedicación no era esa, ni tampoco sus mandos, pese a que una parte de la educación de la nobilitas estaba destinada a la formación táctica. Pero ello hacía que en ocasiones el mando de las legiones recayera en individuos poco competentes para ello. A ello se le suma que las legiones cambiaban anualmente, incluido sus mandos.

Ello supuso que muchas de las legiones carecieran de una disciplina para actuar exitosamente. Es lo que le pasó a Escipión Emiliano en Numancia, que tras serle concedido el mando de la guerra celtíbera, observó como las legiones que debían tomar la ciudad, se dedicaban a «vivir la vida». Prontamente, Escipión tomó medidas para volver a la disciplina: «Llegado que hubo, expulsó a todos los mercaderes, prostitutas, adivinos y magos, a los que se habían dado los soldados desmoralizados por tantas derrotas; y para lo sucesivo prohibió la introducción de todo lo superfluo y la práctica de sacrificios adivinatorios… Se prohibió tener para las comidas más vajilla que un asador, una marmita de cobre y un vaso. Les fijó, asimismo, los alimentos: carne cocida y asada. Proscribió el uso de lechos, y él mismo se tendía en una tienda de campaña. Prohibió montar en mulas durante la marcha, pues decía ¿qué puede esperarse de bueno en la batalla de quien es incapaz de ir a pie? Despuso que en los baños se lavasen y ungiesen ellos mismos, riéndose Escipión de los que, inhábiles de servirse de las manos, como mulos, necesitaban ayuda ajena. De este modo, en breve tiempo restableció la autoridad entre los soldados» (Apiano, Iberica, 85).

 

La reforma de Mario

Se iba haciendo necesario un ejército profesional. A comienzos del siglo I a.C., el mantener un amplio ejército abastecido únicamente de ciudadanos que se costeaban su equipo era cada vez más complicado. El propio ejército había acabado con el pequeño y mediano campesino, y se vio cuando Mario tuvo que reclutar las legiones para hacer frente a Yugurta. Hizo así, quizás, la más famosa de las reformas del ejercito romano, en distintos ámbitos. Primero permitió que los proletarii pudieran ser reclutados, a cargo del Estado, que se alistaron en masa atraídos por un stipendium, y la posibilidad de obtener tierras cuanto el servicio militar terminara. Salustio nos lo cuenta la forma de reclutamiento: «Entre tanto él reclutaba los solados, no a la manera de los antepasados ni según las clases de ciudadanos, sino enrolando indistintamente a todos los que se presentaban, la mayoría de ellos proletarios no sujetos al servicio militar. Unos atribuían esta conducta de Mario a escasez de soldados mejores, otros decían que lo hacía movido por el deseo de ganarse la simpatía de la plebe, toda vez que era a esta clase a la que el cónsul debía su fama y su elevación, y que para un hombre que aspira al poder los más necesitados son precisamente los más oportunos, porque, como nada tienen, nada expones, y todo lo que puede traer recompensa parece legítimo a sus ojos» (Salustio, Guerra de Yugurta, 86)

Conllevo la profesionalización, por primera vez, del ejército, así como la homogenización del armamento que era realizado ahora en masa para el Estado y no para particulares. Aunque durante los años siguientes, ambos sistemas siguieron en uso. Esa típica legión que aparece en las películas, surge ahora. Legionarios armados con casco de bronce, cota de malla, escudo oval, espada corta de hierro llamada gladius hispaniensis, y dos jabalinas que recibían el nombre de pila, una pesa y otra ligera. Pero Mario también renovó la organización de la legión, algo necesario cuanto tuvo que enfrentarse a pueblos celtas y germanos. Se instituía así la cohors como unidad táctica. La caballería de la legión acabó por desaparecer, y las legiones pasaron a tener entre unos 5.500 y 6000 legionarios, divididos en diez cohortes, con tres manípulos cada una, y cada uno de estos por dos centurias.

Como ejercito profesionalizado, las legiones se hicieron ahora permanentes –aunque de momento no existía un número concreto de años de servicio-, que debían entrenarse para su único trabajo: luchar. La disciplina militar fue ahora introducida duramente entre las filas: «Mario en la marcha hacia, de camino, trabajar a la tropa, ejercitándola en toda especie de correrías y en jornadas largas, y precisando a los soldados a llevar y preparar por sí mismo lo que diariamente había de serviles. De aquí dicen provenir el que desde entonces a los aficionados al trabajo, y que con presteza ejecutan lo que se les manda, se les llama mulos Marianos» (Pluarco, mario 13)

También modifico los mandos. Hasta ese momento cada legión estaba al mando de seis tribunos militares que se iban alternando en el mando. Pero estos eran jóvenes aristócratas, que prestaban ese servicio militar previamente al inicio de la carrera política. Mario consideraba que era peligroso dejar el mando a estos, así que creó la figura del legado –legatus-, que eran nombrados o por el propio Senado, o por el propio jefe con imperium si se le autorizaba a ello. El llegado ya existía desde el siglo III a.C. pero solo fue estable a partir de Mario. Y se potencia también el cuerpo de centuriones, como cuerpo de oficiales necesario que garantizaban la disciplina y eficacia de los hombres.

Las medidas de Mario permitieron a Roma tener una amplia cantidad de hombres para reclutar, y en especial cuando todos los ciudadanos itálicos fueron convertidos en romanos, tras la Guerra de los Socii.

Pero el final de la República estuvo influenciado por el propio ejército. Las legiones seguían siendo reclutadas por los magistrados, de tal forma que los legionarios consideraban que debían fidelidad a su comandante en jefe y no al Estado romano, pues al fin y al cabo era el magistrado al que servían el que les debía conseguir tierras al licenciarse. Y a ello debemos unir que en las últimas décadas de la República muchos fueron los personajes que tuvieron sus legiones en pie durante un largo tiempo, ya fueran mediante proconsulados o ejerciendo el consulado de forma continuada. Así, personajes como Mario, Sila, Pompeyo, Cesar, Marco Antonio tuvieron ejércitos personales que les servían a él y no a Roma, y con ello la posibilidad de usar sus legiones para hacerse con el poder. No es de extrañar que estos años estuvieran presididos por continuas guerras civiles.

Como veremos en otro momento, Augusto, que se convirtió al final en el único comandante de todas les legiones, tuvo que realizar los cambios suficientes en el ejército, para que éste le sirvieran a él –o al Estado- independientemente de quienes dirigieran cada legión.

 

Tema siguiente: Las legiones romanas durante el Imperio

 

BIBLIOGRAFÍA

La bibliografía es demasiado amplia, aun cuando solo fueran obras generales. Así, que quien esté interesado puede consultar esta página (The Roman Army) en donde está recogida gran parte de todo lo publicado, y dividido por temas.

Cabría mencionar, por estar en español:

ROLDÁN HERVÁS, J.M. (1996): El ejército de la República romana. Arcolibros. Madrid

RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, J. (2001): Historia de las legiones romanas. Vol. I y II. Signifer, Madrid. Esta última obra de gran interés, por recrear la historia de cada una de las legiones, desde el final de la República hasta el final del propio Imperio.

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